Noche Americana
- María Fernanda Martínez Valdepeña
- 12 abr 2021
- 3 Min. de lectura
Escrito por: María M.
Es viernes por la noche. Mis amigas y yo llevamos unas cuantas cervezas y las risas inundan nuestro departamento.
“Vamos al Américas”, dije sin esperar una respuesta positiva de Fer e Itzel.
“¡Nos vemos aquí en 30 minutos”, saltó Itzel de su silla y salió corriendo a su habitación.
“¿De verdad vamos a ir?”, comentó Fer.
“Parece que sí”, añadí.
Tenía mucho tiempo sin visitar ese lugar tan icónico de la ciudad. La última vez que fui salí a las nueve de la mañana con una resaca que jamás espero volver a tener.
Entro a mi cuarto, las cervezas comenzaron a hacer efecto. La música está sonando alto, los vecinos de abajo van a matarme, es casi la una de la mañana y canto a todo pulmón Maniac de Conan Gray.
Tell all of your friends that I'm crazy and drive you mad
That I'm such a stalker, a watcher, a psychopath
Then tell them you hate me and dated me just for laughs
So, why do you call me and tell me you want me back?
You maniac
Doy otro trago a mi cerveza mientras observo mi clóset. No tengo nada que ponerme. Aprovecho para prender un Marlboro blanco.
Tomo un par de jeans negros, una blusa de tirantes color rosa y mis Stan Smith, los tenis que me han acompañado por cuatro años a grandes aventuras y grandes ciudades como Nueva York y Vancouver. Bailo por todo mi cuarto mientras me fumo el quinto cigarro del día y bebo cerveza.
“Estamos listas, hemos pedido el Uber, ¡ya sal!”, gritó Itzel.
Es la 1:55 de la mañana, la música se escucha desde afuera, hay gente afuera fumando. En verdad, pareciera que entre nosotros no existe una pandemia mundial.
“Son $100 de entrada”, nos dijo la cajera de la entrada.
“Solo traigo $200, Fer. ¿Me puedes prestar dinero si quiero más cervezas?”, le dije sonriente.
“Me acabado gastar mis únicos $100, María. Me quedé sin un quinto y no hemos entrado”.
“Por Dios, par de Marías, ¿cómo vienen sin dinero al Américas?”, gritó Itzel.
“Ya, es que la última vez que vine no costaba eso la entrada”, seguía riéndome, definitivamente el alcohol ya había hecho mucho efecto en mi cuerpo.
“Traigo tarjeta, yo pago lo demás pero me pagan a fin de mes”, dijo Itzel.
Entramos.
El lugar se pintaba de rojo por las luces, había gente sentada, parada, drogada, de todo… como es usual en el bar Américas. La música electrónica recorría tu cuerpo y mente desde la entrada.
“¡Vamos por más cervezas y mezcal!”, gritó Fer. El alcohol también había hecho efecto con ella.
Cada una se tomó un shot de mezcal y llevamos nuestra cerveza al segundo salón del bar. Ahí había más gente.
Las luces rojas del techo se apagaban y prendían. Salía humo de las esquinas. Era inevitable para mí analizar todo lo que sucedía alrededor.
Una chica sin blusa bailaba eróticamente a mi lado.
Del otro lado, unas novias besándose intensamente.
Atrás de mí un grupo de amigas que se estaban drogando.
El beat del DJ me transportó a un lugar, no sé a cuál, pero de repente me sentía en una utopía.
2:50 de la mañana.
Íbamos por la tercera cerveza y shot de mezcal. Fer estaba platicando con un chico alemán o francés. Había más gente, la mayoría drogada. Un chico al fondo comienza a vomitar.
La multitud sigue bailando, bebiendo, gritando, besándose.
Nada importa, solo bailar.
“Voy al primer salón a fumarme un cigarro”, le digo a Itzel.
“¡Te acompaño!”
“No, quédate con Fer. No hay que dejarla sola”
“¿De qué hablan, amigasssss?”, se empezaba a notar el cambio en tono de voz de Fer.
“Voy a fumar, no tardo. Itzel se queda contigo”, le digo.
“No, no, no, no. Vamos todas juntassss”
Saco otro Marlboro de mi bolsa y mi encendedor. De ser tres amigas bailando, pasamos a ser seis. Nosotras tres y dos chicos mexicanos y el alemán. Todos estábamos formando un círculo mientras hacíamos pasos extraños de baile.
“¿Cómo te llamas?”, me preguntó uno.
“María, ¿y tú?”, dije.
“Alfonso. Mucho gusto, María”
No respondí, solo sonreí.
“¿Eres de acá?”, dijo Alfonso.
“No, pero tengo seis años viviendo aquí, ¿y tú?”
“No, vengo por trabajo, soy de Ciudad de México”.
“¿Quieres un cigarro?”, saqué mi cajetilla de mi bolsa.
“No, gracias, ya fumé mucho hoy”.
Volví a sonreírle y seguí bailando.
“¿Tienes novio?”
“No, no tengo”, le dije a secas.
“¿Quieres ir al rato a comer? Para conocernos mejor.”
Vaya…
“Gracias, ya tengo planes”.
No volvimos a hablar, solo bailamos.
5:39 de la mañana
Salimos del bar y fuimos directo por tacos.
Pedimos un Uber; Fer se despidió apasionadamente del alemán antes de subirse. Intercambiaron números.
6:23 de la mañana
Llegamos a casa.
13:45 de la tarde
Despierto sin resaca y con Fer a mi lado. Tiene todo el labial corrido; qué buenos besos se dio con ese tal Thomas.
Cuatro llamadas perdidas de mi mamá. ¡Me va a matar!

Opmerkingen